Uno de los descubrimientos que más me impactaron en la formación en Hephaisto y que me han ayudado más en mi proceso personal ha sido el trabajo con las polaridades.
Me encantó la idea de pensar en una cualidad humana y poder mirar hacia el otro extremo, como si de un palo se tratara: así que si en un extremo del palo está la bondad en el otro extremo está la maldad, si en una punta encontramos alegría en la otra encontramos tristeza.
Yo, como suele pasar en muchos casos, estaba identificada únicamente con cualidades luminosas, las yosintónicas, como Joseph Zinker las nombra, aquellas que eran aceptadas por mí, y tenía muchas otras en la sombra, las yodistónicas, como si esas no me pertenecieran ni tuvieran nada que ver conmigo.
Así es que, cuando me enfadaba o era desagradable con alguien era como si toda esa furia que yo sentía viniera de un demonio exterior que de golpe y porrazo me poseía. Esas características no eran mías, no las reconocía como propias.
Y claro, pues imaginad qué coja que iba yo por la vida, que solo me permitía cualidades más socialmente aceptables, más dulces. Pero que todo aquello que nos da fuerza, empuje, autoafirmación… pues yo lo tenía anulado, tapado.
Como es lógico esto me acarreaba un montón de sufrimiento, pues no era comprensiva con lo que sentía, no lo aceptaba.
Una parte de mí estaba negada, en la sombra, escondida, sin derecho a expresarse.
Precisamente la rabia es una emoción que nos lleva a la acción, a apartar aquello que no nos gusta para mover una situación en la que necesitamos que haya un cambio. Si yo no creía en esta fuerza mía y en darme el permiso de poder expresarla era como si me quedara sin defensas, expuesta a la sumisión y a la voluntad de los demás: para no sentirme mala solo me quedaba ceder.
Gracias al trabajo con la Arteterapia Gestalt pude practicar el ‘estiramiento de mi autoconcepto’, como también lo nombra Zinker.
Además pude vivir en propia piel lo que el autor explica en su libro El proceso creativo en la terapia gestáltica: ‘Mi teoría de las polaridades sostiene que si no me permito ser malvado, nunca seré genuinamente bondadoso. Si estoy en contacto con mi propia maldad y amplío esa parte de mí mismo, mi bondad, cuando se manifieste, será más rica, más plena, más completa’.
Es increíble poder volver la mirada hacia ti y estar en la escucha de todo tu sentir, de todo tu ser, con sus mil matices. Dentro nuestro tenemos noche igual que día, invierno igual que verano. Vivir sesgado es un infierno. Y no hay posibilidad de cambiar, de evolucionar, porque me he creído y dicho que esa parte ‘no soy yo’. Así es que no me puedo responsabilizar tampoco de lo que me pasa, no puedo vivir en el/la adultx que soy.
En esos tiempos yo me encontraba en terapia individual de la mano de Javier Melguizo. Estos temas salían mucho en terapia, y me apeteció hacer dos pinturas en mi casa.
En la primera me hice un autorretrato, como si fuera un ángel caído del cielo: todo lo que yo consideraba luminoso en mí tenía que encontrarse en él. Después del primero hice otro autorretrato: en el que pintaría aquello más despreciable, lo feo, horroroso, desagradable de mí. Me pinté como si fuera una demonio malvada.
El proceso fue una joya, pues me pintaba mirándome al espejo, haciendo cara fea. Al principio me costó mucho, pero poco a poco empezaba a soltarme, a coger confianza, incluso a divertirme haciendo muecas enfrente al espejo y a permitirme ser fea!!!! Me sentía tan libre y aliviada…
Cuando acabé las dos pinturas me puse enfrente de cada una de ellas, las miré, respiré, encarné en una postura, energía, voz concreta, mirada… desde ellas me movía, hablaba, dialogaba con la otra… Fue un maravilloso proceso de integración a través de la vivencia. Mi cuerpo entero estaba sintiendo y viviendo ese cambio, aceptación y permiso por todos los poros de mi piel. Todas mis células estaban en el mismo proceso.
Y eso es precisamente lo que permite este tipo de trabajo: integrar, no solo ser consciente de algo, que ya es muy potente, sino además vivirlo para llevarlo contigo ‘encima’, en tu vida. Representa poder activar esas cualidades que ya tenemos, pero que por ciertas circunstancias a veces adormecemos.
En definitiva, permitir las polaridades significa poder aceptarte completx, y poder transitar, también, por todos los matices de grises intermedios. Así tu vida se torna mucho más rica, y puedes ampliar mucho más los recursos que tienes ahora para enfrentarte a las diferentes situaciones que se te presentan en tu día a día.
Y todavía me pasa, no lo voy a negar. Pero al menos ahora sé quién soy.
No te lo creas, compruébalo por ti mismx. Te recomiendo mucho este viaje.