Vivimos en una cultura tremendamente visual y aunque no lo sepamos las personas que habitamos en ciudades y portamos un smartphone para uso cotidiano, nos llegan a diario una media de 2000 imágenes. Todas ellas entran en nuestro inconsciente sin invitación, generando un camino invisible pero directo con nuestro mundo psíquico…
Nuestro cerebro está habituado a este lenguaje, por lo que cabe pensar que, también podemos utilizar la fotografía como herramienta para el bienestar y el crecimiento de las personas, de forma aislada o acompañado de otras formas de expresión corporal y creativa.
Cada vez que capturamos una imagen estamos proyectando algo íntimo, por lo que de alguna manera cada fotografía, se puede considerar un autorretrato o una parte de un autorretrato.
En el proceso de la toma interviene nuestro mundo emocional, aunque no le pongamos intención en ello; qué nos atrae capturar, el ángulo elegido, nuestra distancia respecto al objeto… Ya sea espontánea o planificada depositamos en la imagen una parte de nuestra experiencia corporal, nuestra vida, nuestras penas y alegrías, una parte de nuestra alma.
Si ese proceso y su resultado se hace de una forma consciente, puede ser una potente forma de expresión, además de favorecer el autoconocimiento y aceptación de partes de nosotros, que quizás no encontraban voz de otra manera.
Cuando en una sesión terapéutica acompañamos a la observación de fotografías, aprovechando este camino invisible y directo al interior de la persona, es posible favorecer la proyección en la imagen de su sentir en ese momento, evocar recuerdos o experiencias olvidadas, trayendo lo no resuelto para darle un espacio de atención y cuidado.
Si esas fotografías pertenecen al álbum familiar puede ayudar a la construcción de una nueva narrativa de la historia personal y familiar. La intervención de la imagen creativamente con pintura, bordado, collage u otras herramientas puede acompañar, desde lo simbólico, a superar resistencias y la transformación de patrones familiares disfuncionales, heredados o aprendidos, entre otros muchos aspectos.
Para los que amamos la fotografía es algo terapéutico en sí mismo, y aplicado en entornos terapéuticos o de intervención social es una herramienta flexible, accesible e inclusiva para personas de diferentes entornos culturales, idiomas, y con diversas capacidades.
Utilizar la fotografía en mi experiencia personal ha supuesto algo tan liberador y potente como la expresión a través del cuerpo, cargado incluso de una vivencia mística que me ha permitido establecer diálogos con las mujeres de mi familia más allá de cualquier línea temporal. Y tener la oportunidad de acompañar a otras personas en su proceso a través de la fotografía, es un regalo hermoso cargado de intimidad compartida en el vínculo terapéutico, por lo que también me siento enormemente agradecida.