En la primera me hice un autorretrato, como si fuera un ángel caído del cielo: todo lo que yo consideraba luminoso en mí tenía que encontrarse en él. Después del primero hice otro autorretrato: en el que pintaría aquello más despreciable, lo feo, horroroso, desagradable de mí. Me pinté como si fuera una demonio malvada.
El proceso fue una joya, pues me pintaba mirándome al espejo, haciendo cara fea. Al principio me costó mucho, pero poco a poco empezaba a soltarme, a coger confianza, incluso a divertirme haciendo muecas enfrente al espejo y a permitirme ser fea!!!! Me sentía tan libre y aliviada…
Cuando acabé las dos pinturas me puse enfrente de cada una de ellas, las miré, respiré, encarné en una postura, energía, voz concreta, mirada… desde ellas me movía, hablaba, dialogaba con la otra… Fue un maravilloso proceso de integración a través de la vivencia. Mi cuerpo entero estaba sintiendo y viviendo ese cambio, aceptación y permiso por todos los poros de mi piel. Todas mis células estaban en el mismo proceso.
Y eso es precisamente lo que permite este tipo de trabajo: integrar, no solo ser consciente de algo, que ya es muy potente, sino además vivirlo para llevarlo contigo ‘encima’, en tu vida. Representa poder activar esas cualidades que ya tenemos, pero que por ciertas circunstancias a veces adormecemos.
En definitiva, permitir las polaridades significa poder aceptarte completx, y poder transitar, también, por todos los matices de grises intermedios. Así tu vida se torna mucho más rica, y puedes ampliar mucho más los recursos que tienes ahora para enfrentarte a las diferentes situaciones que se te presentan en tu día a día.
Y todavía me pasa, no lo voy a negar. Pero al menos ahora sé quién soy.
No te lo creas, compruébalo por ti mismx. Te recomiendo mucho este viaje.
Mariona Folgado, Arteterapeuta.